No es la primera vez que voy a Madrid, no obstante viví durante tres años allí, pero siempre con idéntico resultado: espero que no sea la última. También tengo la sensación que he perdido gran parte de mi pertenencia a ella, ¿será por la constante ampliación de las lineas de metro?, ¿será por el rápido vaivén de locales, teatros, restaurantes...que aparecen y desaparecen de una vez para otra?.
Dos veces he ido este año. Relataré mi primer periplo:
Fue durante la semana de reyes 2010, una vez aminorado el fervor navideño, pero con sus destellos aún brillando por doquier. Hacía frío y llovía, como tantas otras veces. Nos alojamos en el hostal Marlasca de la zona de Sol, bien de precio y con condiciones más que suficientes.
Aquella pequeña escapada tenía varios objetivos. En primer lugar visitar el Rastro. Varias veces le he hecho, pero en aquella ocasión me apetecía sumergirme entre la muchedumbre, realizar unas compras y tomar algo. Unos sombreros (de esos años 20, que tan corrientes son en la capital, pero que como muchas cosas, de momento no llegan a otras ciudades), unos vinilos de segunda mano (¡¡que placer volver a poder escuchar vinilos, ahora que vuelve lo retro!!); y de tomar, un cucurucho de olivas de esas bien aliñadas (hummm, que buenas las camporeal).
Otra actividad despertaba nuestra inquietud: el nuevo mercado de San Miguel. Como admirador de la gastronomía la curiosidad me podía a la hora de visitar aquel nuevo concepto, tan anunciado a bombo y platillo. Lo cierto es que me pareció pequeño, frío, caro y un tanto desangelado. No niego el encanto de poder tomarse unas ostras con champagne, o en nuestra versión más modesta unas olivas y alguna tapita con un vino generoso (en nuestro caso un cream, un tipo no tan fácil de encontrar), pero el lugar dista bastante de suponer un referente para la gastronomía.
Pero como no todo va a ser comer y beber, también hubo tiempo para otro tipo de cultura, la teatral. Y esta vez tocó "Blancanieves boulevard" en el teatro de Madrid (que está el La Vaguada, bastante lejos del centro, pero merece la pena siempre y cuando no hagas caso a Google maps para ir en metro ;) ), un musical (perdón a los puristas) que es de lo mejorcito que he visto en años, cuando lo facilón y a veces lo chabacano van de la mano de ex-integrantes de antiguos grupos de pop españoles o de ex-triunfitos y demás basura catódica. Por fín algo más que bazofia para las masas.
En cuanto a la manduca, en Madrid siempre me ocurren 3 cosas: 1) voy a lugares que ya no existen (es descorazonador..., pero ¡es la gran ciudad!) o están cerrados (con lo que cuesta de encontrarlos) con evidente cabreo del aquí firmante; 2) voy a lugares que son decepcionantes (ninguna guía te salvará de la mediocridad); 3) voy a lugares que ¡me gustan!. Entre los primeros citaré el New York Burguer: ya lo seeeeee, es una hamburguesería pero tenía una pinta especial y tenía buen precio para una comida informal, pero...cerrado por vacaciones, ¡y acababan de inagurar!, vaya con la crisis. Entre los segundos citaré al ¿restaurante? A dos velas, donde la carta parece una cosa (cocina modernilla con toques de mercado), pero el resultado es que unos barman resacosos te dan un revoltijo de chapucillas a las que tú en tu propia casa les pones más cariño. Y entre los terceros...Chacrai, un tailandés abierto al mestizaje, pequeño pero muy bonito, con un trato magnífico, donde probamos el menu del dia (alrededor de ¡10 euros!) con unos platos espectaculares donde destacaban la sopa de wonton de langostinos (madre mia, ¿que le ponen esta gente a las sopas?, ligeras, aromáticas, sabrosas...) y los langostinos al curry verde (pasas un rato lagrimeante pidiendo agua, pero vale la pena); más tarde me enteré que han recibido un premio, ¡bien por ellos!, son el ejemplo que la calidad no siempre va reñida con el precio.
Poco más, una visita al mercado de Fuencarral, que cada vez que voy me parece más caro y menos creativo. No nos olvidamos de ir a Bomec, un pequeño oasis para los amantes del buen te y los rincones mágicos.
Nuestra segunda visita tuvo lugar del 12 al 13 de marzo (visita relámpago). Llegamos el viernes con el objetivo de ver en concierto a los Cranberries en el palacio de Vistalegre. 1hora y 30' de concierto, repertorio con altibajos evidentes, y se fueron porque ¡tenían que descansar que el sábado tocaban en Barcelona!. Una ESTAFA, ¡que lejos quedaba el anterior concierto al que fui ya hace 11 años!. Nos alojamos en el Tryp Centro Norte, la habitación muy bien, me encanta estar cerca de la estación de Chamartín (hay un bar en la esquina del hotel que me encanta por su chacinería, ¡como está el lomo!).
El sábado tocaba ir a Aranjuez, no se muy bien porque pero cada vez más preferimos acercarnos a un pueblo de Madrid que al mismo Madrid. La última vez que fuimos era primavera y los jardines estaban preciosos, ahora, a finales de invierno no era lo mismo, pero de todos modos fue un placer.
Llegamos en cercanías desde Chamartín (¡que cómodos son los asientos!), nos dimos una vuelta por el mercado, que es una de las mejores maneras de evaluar la calidad de vida de los lugares a los que se viaja, y dos aspectos nos llamaron la atención: 1) no había fresa de Aranjuez, ¡toda era de Huelva!, según parece porque el crudo invierno había retrasado la cosecha (ooohhhhh, no la pudimos probar, otra vez será); 2) el gran y buen surtido de aceitunas que tienen por allí (¡que bien las aliñan!), ni por asomo encuentro esa calidad en Alicante, me quedo con las del la abuela (buena combinación de hierbas), las gordas con berenjena (que explosión de sabor), que fueron las mejores valoradas en la cata (ampliar imagen), aunque las de mojo picón no le iban a la zaga.
Después una vueltecita por los jardines, porque no nos dio tiempo a mucho sino hubiéramos cogido el trenecito turístico (ves mucho en poco tiempo), y hubieramos entrado en el museo de las barcas, que da una idea de que en esa época no se vivía nada mal.
Y el plato fuerte de la jornada, comer en el restaurante de Rodrigo de la Calle. Fue elegido cocinero revelación 2009 en Madrid Fusión, y nos encanta porque aunque introduce conceptos de alta cocina, respeta el producto y...¡no te deja con hambre!. El lugar es acogedor, y nos decidimos por un menú gastronómico con maridaje por alrededor de 60 euros por cabeza. Desde luego no es algo que un españolito de a pie se pueda permitir todos los días, pero la relación calidad-cantidad-precio es más que recomendable: 1) unos aperitivos a base de panecillos, frutos secos, allioli y olivas; 2) un foie fresco muy bueno (¡que sabores más delicados!);
3) Huevo asado a baja temperatura con crema de patata y mantequilla y trufa (aún lagrimeo de emoción al recordarlo)
4) Arroz con bogavante, setas y verduras (buenísimo y somos muuuuyy exigentes con los arroces)
5) Un rodaballo que no se que más llevaba, pero que estaba sublime.
6) Unos solomillos de capón, que quizás fuera lo más mediocre si es que hubiera algo que mencionar con ese calificativo.
7) Una tarta muy "sui generis" de queso y frutos rojos que era simplemente brutal
Del maridaje, muy bien realizado, me quedo con un descubrimiento: la D.O. Valdeorras, un blanco diferente.
En resumen, gran experiencia gastronómica (que recomiendo afrontar con, con un concepto de cocina muy acertado (por algo se nutre de verduras del Huerto del cura en Elche, Alicante).
No esta mal para unos días, ¿no?
Editorial
Sigo de viaje, porque aquellos retazos de experiencias que recojo en ellos, siguen recordándome que la vida es el Gran Viaje, aquel que no podemos dejar pasar entre los dedos sin emocionarnos por lo que fué, es y será.
"Seguimos navegando, una jornada más hacemos un viaje real en el espacio-tiempo y como pequeños infantes disfrutamos del aprendizaje que supone surcar aguas distintas, porque en ellas parece que nunca va a tener fin esta singladura que busca incansable el paradero desconocido de una querida y anhelada Ciudad Invisible…"(La ciudad invisible).
"Seguimos navegando, una jornada más hacemos un viaje real en el espacio-tiempo y como pequeños infantes disfrutamos del aprendizaje que supone surcar aguas distintas, porque en ellas parece que nunca va a tener fin esta singladura que busca incansable el paradero desconocido de una querida y anhelada Ciudad Invisible…"(La ciudad invisible).
martes, 16 de marzo de 2010
viernes, 1 de mayo de 2009
La Serra Grossa, centinela de Alicante
Hoy es uno de esos días de mayo en los que uno se propone hacer algo diferente a lo habitual, pero las esperanzas quedan truncadas por la meteorología. Sin embargo no dejé que la amenaza de lluvia me amedrentara y decidí acercarme a conocer un paraje muy cercano a mi casa, y al que sólo recuerdo haber ido una vez, cuando niño. No puedo evitar cierta vergüenza al planificar viajes de naturaleza a los Pirineos y otros lugares, y olvidar uno tan cercano como la Serra Grossa.
Se trata de un monte que separa a la ciudad de Alicante de las playas de la Albufereta y San Juan, y supone una barrera natural frente a los vientos, la lluvia y la humedad del mar. Es un pequeño paraje, pero todavía con vida a pesar de los agresivos intentos de la especulación inmobiliaria por acabar con ella.
Comienzo mi andadura con ánimo, aunque mirando de reojo el cielo encapotado. Desde mi casa en el bulevar del Pla, paseo por el parque y me planto en la carretera nacional que va de Alicante a Valencia, cruzo por el semáforo como para ir al centro comercial Plazamar (nada más lejos de mi intención), y sigo la carreterilla que va por detrás del hospital Medimar, y allí la tengo, a sólo 10 minutos de mi casa andando.
Continúo andando, ya cuesta arriba, vislumbro un posible comienzo del camino, pero no me convence la pendiente (aunque más tarde caí en la cuenta que será un camino de ascenso técnicamente más asequible para la bici), así que continuo andando hasta que termina la carretera. Cruzo el campo a través y veo el comienzo del camino.
El camino tiene una pendiente larga y progresiva, por lo que no se hace dura. Poco a poco van apareciendo las margaritas, el romero, las flores silvestres y los pinos, al tiempo que nos elevamos por encima de la ciudad. Pensaba que la pobre Serra Grossa estaría sola y abandonada un día tan señalado como el 1 de octubre, pero desistí en mi idea tras cruzarme con corredores, familias de senderistas, escaladores y grupos de ciclistas. No pude evitar sonreír, quizás no esté todo perdido y la Serra Grossa aguante el empuje del cemento.
Hacia el final del ascenso se vuelve un poco más estrecho, por lo que hay que tener cuidado con los ciclistas que bajan (es un descenso en mountain bike tremendo, la próxima vez...), pero es muy corto. Cuando llegamos a la cumbre se muestra ante nosotros una vasta llanura. Decido encaminarme hacia el noreste, donde la sierra se asoma hacia el mar, y paro al lado de unas cuantas personas que vuelan cometas. El paisaje es magnífico, no creo que la ciudad de Alicante se vea desde otro lugar mejor: la bahía se muestra de un azul violáceo, surcado por no pocas embarcaciones; hacia el sur se divisa el cabo de Santa Pola y la isla de Tabarca, siguiendo la costa pasamos por el puerto de Alicante, la cantera, la playa de la Albufereta, el cabo de las Huertas, la playa de San Juan, y sigue la bahía hasta Sierra Helada y la isla de Benidorm. ¡Qué pequeña parece nuestra costa!
Con el viento de levante soplando fuerte, me encamino hacia el sur y puedo observar que el camino toma no pocas bifurcaciones, en algunos casos se dirige hacia la Albufereta, en otros quiere rodear la sierra por la cantera, todas son alternativas que tomar cuando se abandona la Ciudad Invisible. En el extremo sur me dedico a recoger plantas, sería una buena idea llevarme un trozo de primavera conmigo, aunque sea efímero. Encuentro romero, unas flores violetas... y escucho una letanía, como una voz...cantando hip hop. Un chico de color canta con ganas y actitud. La Serra Grossa es sin duda un itinerario urbano.
Pero se hace tarde y los negros nubarrones amenazan con descargar, así que me apresuro en descender lo andado, no sin detenerme a recoger alguna que otra planta para mi despensa. Dejo atrás la Serra Grossa, uno de los últimos reductos naturales de una Alicante enterrada por kilos de cemento y montañas de metal, esperando imperturbable en el tiempo a que en una próxima ocasión la visite, abandonando de nuevo la Ciudad Invisible.
Tipo de ruta: itinerario o parque urbano
Nivel físico: bajo
Nivel Técnico: bajo
Duración: 2 horas desde mi casa
Se trata de un monte que separa a la ciudad de Alicante de las playas de la Albufereta y San Juan, y supone una barrera natural frente a los vientos, la lluvia y la humedad del mar. Es un pequeño paraje, pero todavía con vida a pesar de los agresivos intentos de la especulación inmobiliaria por acabar con ella.
Comienzo mi andadura con ánimo, aunque mirando de reojo el cielo encapotado. Desde mi casa en el bulevar del Pla, paseo por el parque y me planto en la carretera nacional que va de Alicante a Valencia, cruzo por el semáforo como para ir al centro comercial Plazamar (nada más lejos de mi intención), y sigo la carreterilla que va por detrás del hospital Medimar, y allí la tengo, a sólo 10 minutos de mi casa andando.
Continúo andando, ya cuesta arriba, vislumbro un posible comienzo del camino, pero no me convence la pendiente (aunque más tarde caí en la cuenta que será un camino de ascenso técnicamente más asequible para la bici), así que continuo andando hasta que termina la carretera. Cruzo el campo a través y veo el comienzo del camino.
El camino tiene una pendiente larga y progresiva, por lo que no se hace dura. Poco a poco van apareciendo las margaritas, el romero, las flores silvestres y los pinos, al tiempo que nos elevamos por encima de la ciudad. Pensaba que la pobre Serra Grossa estaría sola y abandonada un día tan señalado como el 1 de octubre, pero desistí en mi idea tras cruzarme con corredores, familias de senderistas, escaladores y grupos de ciclistas. No pude evitar sonreír, quizás no esté todo perdido y la Serra Grossa aguante el empuje del cemento.
Hacia el final del ascenso se vuelve un poco más estrecho, por lo que hay que tener cuidado con los ciclistas que bajan (es un descenso en mountain bike tremendo, la próxima vez...), pero es muy corto. Cuando llegamos a la cumbre se muestra ante nosotros una vasta llanura. Decido encaminarme hacia el noreste, donde la sierra se asoma hacia el mar, y paro al lado de unas cuantas personas que vuelan cometas. El paisaje es magnífico, no creo que la ciudad de Alicante se vea desde otro lugar mejor: la bahía se muestra de un azul violáceo, surcado por no pocas embarcaciones; hacia el sur se divisa el cabo de Santa Pola y la isla de Tabarca, siguiendo la costa pasamos por el puerto de Alicante, la cantera, la playa de la Albufereta, el cabo de las Huertas, la playa de San Juan, y sigue la bahía hasta Sierra Helada y la isla de Benidorm. ¡Qué pequeña parece nuestra costa!
Con el viento de levante soplando fuerte, me encamino hacia el sur y puedo observar que el camino toma no pocas bifurcaciones, en algunos casos se dirige hacia la Albufereta, en otros quiere rodear la sierra por la cantera, todas son alternativas que tomar cuando se abandona la Ciudad Invisible. En el extremo sur me dedico a recoger plantas, sería una buena idea llevarme un trozo de primavera conmigo, aunque sea efímero. Encuentro romero, unas flores violetas... y escucho una letanía, como una voz...cantando hip hop. Un chico de color canta con ganas y actitud. La Serra Grossa es sin duda un itinerario urbano.
Pero se hace tarde y los negros nubarrones amenazan con descargar, así que me apresuro en descender lo andado, no sin detenerme a recoger alguna que otra planta para mi despensa. Dejo atrás la Serra Grossa, uno de los últimos reductos naturales de una Alicante enterrada por kilos de cemento y montañas de metal, esperando imperturbable en el tiempo a que en una próxima ocasión la visite, abandonando de nuevo la Ciudad Invisible.
Tipo de ruta: itinerario o parque urbano
Nivel físico: bajo
Nivel Técnico: bajo
Duración: 2 horas desde mi casa
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