Editorial

Sigo de viaje, porque aquellos retazos de experiencias que recojo en ellos, siguen recordándome que la vida es el Gran Viaje, aquel que no podemos dejar pasar entre los dedos sin emocionarnos por lo que fué, es y será.
"Seguimos navegando, una jornada más hacemos un viaje real en el espacio-tiempo y como pequeños infantes disfrutamos del aprendizaje que supone surcar aguas distintas, porque en ellas parece que nunca va a tener fin esta singladura que busca incansable el paradero desconocido de una querida y anhelada Ciudad Invisible…"(La ciudad invisible).

martes, 16 de marzo de 2010

REGRESO A MADRID

No es la primera vez que voy a Madrid, no obstante viví durante tres años allí, pero siempre con idéntico resultado: espero que no sea la última. También tengo la sensación que he perdido gran parte de mi pertenencia a ella, ¿será por la constante ampliación de las lineas de metro?, ¿será por el rápido vaivén de locales, teatros, restaurantes...que aparecen y desaparecen de una vez para otra?.
Dos veces he ido este año. Relataré mi primer periplo:
Fue durante la semana de reyes 2010, una vez aminorado el fervor navideño, pero con sus destellos aún brillando por doquier. Hacía frío y llovía, como tantas otras veces. Nos alojamos en el hostal Marlasca de la zona de Sol, bien de precio y con condiciones más que suficientes.


Aquella pequeña escapada tenía varios objetivos. En primer lugar visitar el Rastro. Varias veces le he hecho, pero en aquella ocasión me apetecía sumergirme entre la muchedumbre, realizar unas compras y tomar algo. Unos sombreros (de esos años 20, que tan corrientes son en la capital, pero que como muchas cosas, de momento no llegan a otras ciudades), unos vinilos de segunda mano (¡¡que placer volver a poder escuchar vinilos, ahora que vuelve lo retro!!); y de tomar, un cucurucho de olivas de esas bien aliñadas (hummm, que buenas las camporeal).
Otra actividad despertaba nuestra inquietud: el nuevo mercado de San Miguel. Como admirador de la gastronomía la curiosidad me podía a la hora de visitar aquel nuevo concepto, tan anunciado a bombo y platillo. Lo cierto es que me pareció pequeño, frío, caro y un tanto desangelado. No niego el encanto de poder tomarse unas ostras con champagne, o en nuestra versión más modesta unas olivas y alguna tapita con un vino generoso (en nuestro caso un cream, un tipo no tan fácil de encontrar), pero el lugar dista bastante de suponer un referente para la gastronomía.



Pero como no todo va a ser comer y beber, también hubo tiempo para otro tipo de cultura, la teatral. Y esta vez tocó "Blancanieves boulevard" en el teatro de Madrid (que está el La Vaguada, bastante lejos del centro, pero merece la pena siempre y cuando no hagas caso a Google maps para ir en metro ;) ), un musical (perdón a los puristas) que es de lo mejorcito que he visto en años, cuando lo facilón y a veces lo chabacano van de la mano de ex-integrantes de antiguos grupos de pop españoles o de ex-triunfitos y demás basura catódica. Por fín algo más que bazofia para las masas.

En cuanto a la manduca, en Madrid siempre me ocurren 3 cosas: 1) voy a lugares que ya no existen (es descorazonador..., pero ¡es la gran ciudad!) o están cerrados (con lo que cuesta de encontrarlos) con evidente cabreo del aquí firmante; 2) voy a lugares que son decepcionantes (ninguna guía te salvará de la mediocridad); 3) voy a lugares que ¡me gustan!. Entre los primeros citaré el New York Burguer: ya lo seeeeee, es una hamburguesería pero tenía una pinta especial y tenía buen precio para una comida informal, pero...cerrado por vacaciones, ¡y acababan de inagurar!, vaya con la crisis. Entre los segundos citaré al ¿restaurante? A dos velas, donde la carta parece una cosa (cocina modernilla con toques de mercado), pero el resultado es que unos barman resacosos te dan un revoltijo de chapucillas a las que tú en tu propia casa les pones más cariño. Y entre los terceros...Chacrai, un tailandés abierto al mestizaje, pequeño pero muy bonito, con un trato magnífico, donde probamos el menu del dia (alrededor de ¡10 euros!) con unos platos espectaculares donde destacaban la sopa de wonton de langostinos (madre mia, ¿que le ponen esta gente a las sopas?, ligeras, aromáticas, sabrosas...) y los langostinos al curry verde (pasas un rato lagrimeante pidiendo agua, pero vale la pena); más tarde me enteré que han recibido un premio, ¡bien por ellos!, son el ejemplo que la calidad no siempre va reñida con el precio.

Poco más, una visita al mercado de Fuencarral, que cada vez que voy me parece más caro y menos creativo. No nos olvidamos de ir a Bomec, un pequeño oasis para los amantes del buen te y los rincones mágicos.


Nuestra segunda visita tuvo lugar del 12 al 13 de marzo (visita relámpago). Llegamos el viernes con el objetivo de ver en concierto a los Cranberries en el palacio de Vistalegre. 1hora y 30' de concierto, repertorio con altibajos evidentes, y se fueron porque ¡tenían que descansar que el sábado tocaban en Barcelona!. Una ESTAFA, ¡que lejos quedaba el anterior concierto al que fui ya hace 11 años!. Nos alojamos en el Tryp Centro Norte, la habitación muy bien, me encanta estar cerca de la estación de Chamartín (hay un bar en la esquina del hotel que me encanta por su chacinería, ¡como está el lomo!).
El sábado tocaba ir a Aranjuez, no se muy bien porque pero cada vez más preferimos acercarnos a un pueblo de Madrid que al mismo Madrid. La última vez que fuimos era primavera y los jardines estaban preciosos, ahora, a finales de invierno no era lo mismo, pero de todos modos fue un placer.


Llegamos en cercanías desde Chamartín (¡que cómodos son los asientos!), nos dimos una vuelta por el mercado, que es una de las mejores maneras de evaluar la calidad de vida de los lugares a los que se viaja, y dos aspectos nos llamaron la atención: 1) no había fresa de Aranjuez, ¡toda era de Huelva!, según parece porque el crudo invierno había retrasado la cosecha (ooohhhhh, no la pudimos probar, otra vez será); 2) el gran y buen surtido de aceitunas que tienen por allí (¡que bien las aliñan!), ni por asomo encuentro esa calidad en Alicante, me quedo con las del la abuela (buena combinación de hierbas), las gordas con berenjena (que explosión de sabor), que fueron las mejores valoradas en la cata (ampliar imagen), aunque las de mojo picón no le iban a la zaga.

Después una vueltecita por los jardines, porque no nos dio tiempo a mucho sino hubiéramos cogido el trenecito turístico (ves mucho en poco tiempo), y hubieramos entrado en el museo de las barcas, que da una idea de que en esa época no se vivía nada mal.



Y el plato fuerte de la jornada, comer en el restaurante de Rodrigo de la Calle. Fue elegido cocinero revelación 2009 en Madrid Fusión, y nos encanta porque aunque introduce conceptos de alta cocina, respeta el producto y...¡no te deja con hambre!. El lugar es acogedor, y nos decidimos por un menú gastronómico con maridaje por alrededor de 60 euros por cabeza. Desde luego no es algo que un españolito de a pie se pueda permitir todos los días, pero la relación calidad-cantidad-precio es más que recomendable: 1) unos aperitivos a base de panecillos, frutos secos, allioli y olivas; 2) un foie fresco muy bueno (¡que sabores más delicados!);

3) Huevo asado a baja temperatura con crema de patata y mantequilla y trufa (aún lagrimeo de emoción al recordarlo)


4) Arroz con bogavante, setas y verduras (buenísimo y somos muuuuyy exigentes con los arroces)


5) Un rodaballo que no se que más llevaba, pero que estaba sublime.


6) Unos solomillos de capón, que quizás fuera lo más mediocre si es que hubiera algo que mencionar con ese calificativo.
7) Una tarta muy "sui generis" de queso y frutos rojos que era simplemente brutal
Del maridaje, muy bien realizado, me quedo con un descubrimiento: la D.O. Valdeorras, un blanco diferente.
En resumen, gran experiencia gastronómica (que recomiendo afrontar con, con un concepto de cocina muy acertado (por algo se nutre de verduras del Huerto del cura en Elche, Alicante).
No esta mal para unos días, ¿no?